Es el testimonio de Kken, una joven a la que los malos tratos de su jefe dejaron con una incapacidad absoluta a los 29 años. Lo tituló “Un día cualquiera”, en referencia a lo que sufría cada día, aunque finalmente se decidió a denunciar y consiguió, que condenasen al agresor.
UN DÍA CUALQUIERA
"Éste es uno de mis días, uno de esos días en los que pasaba allí metida, mientras nadie sabia nada, solo él y yo.
Estoy en el salón con mis padres, viendo la tele y hablando, reímos y discutimos, papá quiere ver reportajes y yo quiero ver series, es la discusión sana de cada noche, yo le digo, papá, tu eliges los martes y jueves, el se ríe o me dice que le deje, que veremos lo que el quiera, pero siempre acaba pasándome el mando.
Suena mi móvil , me levanto y voy a la habitación, es mi chico, la llamada mas dulce del día. Cojo el teléfono, la llamada de cada día que me hace desde fuera, mi chico estudia fuera y cada día nos llamamos varias veces, pero siempre está la llamada de las 11.30 de la noche, es en esa conversación en la que ambos nos decimos lo mucho que nos echamos de menos.
Me dice: “niña, ya queda un día menos para estar juntos, y yo, en ese momento trago saliva”, y le digo: “si cielo, queda un día menos para que seas lo que siempre has querido ser”.
Trago saliva porque le quiero y quiero que el acabe y venga, quiero estar con él, pero por otro lado tengo miedo que el venga y descubra la realidad.
Ya son las 12 y pico de la noche cuando colgamos, vuelvo al salón y les digo a mis padres que me voy a la cama, mañana hay que ir a trabajar, y papa me dice: “hale hija, hasta mañana”. Mamá a veces me da un beso, pero siempre que digo que me voy a la cama ella me pone una sonrisa. Ya estoy en la cama, he puesto el despertador, a las 8 está bien, me da tiempo.
Estoy en la cama asustada, con el móvil en una mesita. Hay días en que el móvil suena a las tantas, pero nunca sé qué día sonara, y esa llamada no es de mi novio no, esas llamadas son de ese jefe. Hay días en los que tengo suerte y no suena, pero siento miedo a que llegue el día siguiente. Doy vueltas y vueltas en la cama, miro el despertador y ya son las 6 de la mañana, aún no he pegado ojo y sólo pienso que otro día más sin dormir.
Me levanto, me voy a fumar un cigarro tras otro a la cocina, con la luz apagada para que si se levanta papá no me vea. Mientras fumo pienso, con una cigarro en la mano y el móvil en la otra, pienso si llama no se lo cojo, pero suena y lo cojo rápido, todo lo que pensaba hacer se viene abajo, me puede el miedo, me puede el que ese móvil suene y papá lo vuelva a oír y me diga que le diga a mi jefe que esas no son horas. “Ya papá, pero es que era una urgencia, al final se arregla sólo”. Papá se va pero le dice a mi madre que algo me pasa, que estoy llorando, y mamá se levanta y me pregunta qué me pasa. Yo le digo: “nada mamá, que no puedo dormir y me da rabia”.
Nunca miento, sé que mamá me cree al principio y se va a la cama tranquila, pero yo me quedo acabando el cigarro y vuelvo a la habitación, esta vez ya ni me tumbo, ¿para qué?
Es hora de desayunar, joder, no puedo, no me entra, tengo dolor de estomago y diarrea, pero sobre todo, tengo miedo.
Ya me he arreglado, y bajo a coger el coche, monto y pongo música a tope, son las 9.30 hasta las 10 no entro, pero siempre he de estar allí antes, porque si viene algún cliente tengo orden de entretenerle hasta que él llegue. Muchas veces no sé ni como he llegado allí, no recuerdo si cedí el paso en la señal de atrás, no lo recuerdo, no tengo conciencia de haberme dado cuenta de cómo he llegado hasta allí.
En invierno tengo suerte, porque la gente no va pronto al veterinario, hace frío, así que tengo suerte y espero dentro de mi coche, la tripa me da mil vueltas, y me tiembla el cuerpo por dentro. Empiezo a mirar ahora el reloj del coche, él siempre llega tarde, según él, eso es lo que tiene ser jefe.
Mientras espero imagino cosas, me imagino fuerte y hoy no le paso ni una, al primer insulto le doy una torta y me largo. Seguidamente de ese pensamiento me viene una pena de mí misma y me llamo gilipollas, me digo que por qué quiero engañarme, si no soy capaz de decirle nada, soy consciente del miedo que le tengo, no puedo, simplemente, no puedo reaccionar.
Vuelvo a mirar el reloj del coche, también miro la puerta de la clínica por si está algún cliente. Mientras miro, sigo pensando, ¿y si lo cuento? No, nadie creerá que a mi me está pasando esto, nadie creerá que el es tan malo, además, todos creen que soy feliz, que nadie me ha hecho daño nunca, que puedo con todo, soy fuerte, muy fuerte a ojos de los demás.
De repente llega su coche, y siempre aparca detrás del mío. Yo miro por el retrovisor, quiero verle la cara, necesito verle la cara. Reconozco sus gestos más que los míos, sé si esta furioso o no, yo le miro, y cuando él para su motor yo bajo de mi coche, le saludo con una sonrisa que fuerzo y voy al maletero a sacar el pijama.
Los dos entramos por la puerta de atrás, y sí, hoy está enfadado, no me contestó cuando le saludé, además lleva las cejas como con el ceño fruncido, dios mío…, tengo miedo, no quiero que cierre la puerta, pero lo hace.
Me voy al baño, allí me cambio, el baño no tiene cerrojo y yo, me voy vistiendo rápido con la espalda pegada a la puerta, hago fuerza porque tengo miedo que entre, nunca lo hizo, pero me habla desde la misma puerta, “KKEN, cuando salgas llama a los de rabia, me voy a sacar a la perra”. Su voz es la de estar enfadado, no sé por qué, pero tengo que correr para que cuando él llegue de sacar a la perra yo ya haya vaciado las papeleras y esté llamando a los de rabia.
Vuelve y le miro, trato de no hacer nada que pueda molestarle, pero mientras llamo a uno y a otro él me para y entre medias me dice que qué pretendo poniendo esa voz, que si quería calentarle la bragueta, y yo, sintiéndome sucia le digo: “Si era una señora, lo ha cogido la mujer”, él se ríe y se va a la otra consulta.
Desde la otra consulta me llama y voy, me quiere leer un libro que estaba escribiendo, y yo le tenía que explicar lo que quería decir cada frase que escribía. ‘Joderrr’, yo no lo entendía, pero le hablaba y le explicaba lo que creía que el quería oír. No, nunca acertaba y él se enfadaba, me llamaba tonta, “porque todas las mujeres sois tontas, no tienes ni puta idea imbécil, márchate de aquí que me pones enfermo”.
Salgo de la consulta y voy a hacer cosas, él ya esta enfadado, y viene a insultarme, me dice que qué ha hecho él para merecer eso, para que no entienda nada de lo que me explica. Yo tiemblo y pienso que sí, soy tonta, pero soy tonta por no atreverme a irme. De repente viene otra vez y me habla muy bien, no ha pasado nada para él, y me habla como si la vida fuese normal, y yo quiero agradar y no provocar otro enfado en él.
Ahora me pregunta cosas de mi vida sexual, yo no le contesto y claro, eso sí que le enfada, empieza a decirme que cada vez le demuestro más lo imbécil que soy, que damos asco.
Yo quiero irme, salir de allí, no escuchar más, me siento mal, estoy llorando por dentro, se me encoge el corazón poco a poco, cuanto más me insulta, más mierda me siento, pero sé que no puedo marcharme ni darle la espalda, ya me lo ha dicho millones de veces, pero soy terca, y a pesar del miedo y la vergüenza, me trago mis lágrimas, no quiero que el vea que me hace daño, no quiero, y me voy a coger la fregona. Dios, le doy la espalda de nuevo, eso lo tengo prohibido, pero no puedo seguir mirando su sucia cara mientras me insulta y amenaza, así, que cojo la fregona y avanzo por el pasillo, sé que ese momento es el que precede al agarrón de mi brazo, siempre el mismo gesto de cogerme el brazo y siempre la misma frase de no me des la espalda cuando te hablo.
Yo sigo mi pasos, miro de reojo hacía atrás, y sí, viene, ya siento sus manos en mi brazo y oigo esa maldita frase, le pido que me suelte y no, me empuja, y lo hace con la fuerza justa para que yo acabe contra una de las paredes del pasillo, miro atrás mientras mis manos paran el golpe, vuelve de nuevo y me empuja otra vez. Yo sólo le miro, creo que mi odio se ve en mi mirada, pero odio a mí, me odio, tanto que me doy asco, le tengo miedo, tanto que quiero callar y que todo pase.
Él se va y me dice que espere a que el vuelva a cerrar, yo salgo a la 13.30, pero él viene cuando quiere. Allí me quedo, atendiendo clientes y mandándolos venir por la tarde, me trago mis lágrimas, esas que delante de él no quiero sacar, me las trago y sonrío a esos clientes que van entrando. Hay muchos que me dicen “hasta luego niña, alegra esa cara”.
Vuelve a cerrar y me habla muy simpático, me pregunta quién ha ido, yo lo tengo todo apuntado en una hoja, no puedo permitirme el lujo de que se me pase ni el más mínimo detalle, sería fatal.
Me dice que me cambie para cerrar, y yo allí, de nuevo en ese baño sin cerrojo, trato de vestirme muy rápido y él, como que no pasa nada, como si todo lo que me hizo antes de marchar fuese algo que yo había soñado, me habla contento, fuerte y seguro, me dice que soy mejor que cualquier veterinario que ha tenido allí. Quiero gritarle, quiero mandarle a la mierda, quiero matarle, quiero morirme.
Salimos y me dice adiós, esta vez si me sonríe y yo, le sonrío y le digo hasta luego. Voy de camino a casa, esta vez si soy consciente de cómo llegar, hago el camino más largo, mi música va a más volumen que antes y lloro, lloro mientras conduzco todo lo que puedo y más, voy a comer con papá y mamá y ellos no pueden enterarse de nada, no quiero, no puedo, tengo miedo.
Mientras nos sentamos a la mesa me dicen cosas, me hablan y yo contesto, pero no sé qué me dicen, digo sí con una sonrisa, pero sólo me doy miedo, me creo un monstruo, ahora por mentir y decir que todo bien. Me doy asco, no puedo afrontar la verdad, no puedo. Sé que hay comida en el plato, pero no tengo hambre, mientras muevo la comida oigo un pequeño eco de mi madre pidiéndome que coma, y ya no puedo más, se cae una lagrima de estas rápidas que resbala por mi mejilla y mis padres ya no me piden que coman. Se hace el silencio por un momento y yo les digo que no pasa nada, que no me encuentro bien y me voy a echar una siesta, papá va al salón a ver la tele y aprovecho para dormir, con alguien a mi lado sí puedo dormir, así que aprovecho sabiendo que va ser el rato que dormiré.
Ya no puedo más, mi silencio me está matando, mis miedos me están destruyendo, mi familia ve que no como y piensan que estoy entrando en al anorexia. Para mí es más fácil que piensen eso, yo digo que no, pero lo digo con la boca pequeña, ante ellos mi única salida para no contar lo que pasaba era esa, que piensen que tengo anorexia. No paro de pensar, de sentir, no soy nadie, me he convertido en nada, en nadie, en miedo, en una diana de rabia y odio en la que un señor saca toda su furia.
Las 4.30 de la tarde, a las 5 entro a trabajar de nuevo, no quiero, tengo miedo, ahora más que esta mañana, más, porque por la tarde posiblemente me llame de nuevo para que vaya allí.
Acaba la jornada laboral, me monto de nuevo en mi coche, esta vez llego a casa rápido y me enfundo mi pijama, mientras me ducho pongo la música y me entretengo en la habitación, quiero llorar lo que allí no he podido, quiero coger fuerza para que papá y mamá me vean que ceno y no se preocupen demasiado, quiero armarme de valor para volver a la discusión sana de la televisión, para poder hablar con ese sin miedo. Quiero coger fuerza para no oír el eco de sus insultos, para que no retumben en mi cabeza esas imagines de cómo me ha empujado, de la forma en la que me ha tirado al suelo. Quiero, pero cada día se hace más difícil, ya van tres años y no puedo más, mi cuerpo ya no responde, mi cabeza esta rota, descompuesta, absorbida por el miedo. Se me cae el pelo, no puedo más, me cuesta sonreír, mis ojos han cambiado, yo entera he cambiado, pero he de fingir que no pasa nada, que toda va bien, que es un momento bajo.
Las 11.30, la llamada de mi novio otra vez, y la misma despedida. La misma vuelta al salón para dar las buenas noches, la misma respuesta de mi padre y la misma sonrisa de mi madre, pero no, yo soy la misma, cada día pienso más en que no puedo seguir así, que hoy será mi ultimo día sin dormir, y así me voy a la cama. Hace tiempo que tengo escondidas pastillas en mi joyero, y cada día voy mas convencida de que hoy sí dormiré y esta vez para siempre, pero me fumo un cigarro y vuelvo a oír a papá, esta vez le oigo roncar y solo pienso en ellos, ¿cómo vivirán mis padres con eso?, y no puedo. Esta vez lloro, me tapo con la almohada para que no me oigan mis padres, lloro de miedo, de asco, de vergüenza, quiero escapar, quiero morirme y no puedo.
Suena el despertador, me digo para mí misma lo imbécil que soy, ¿para que lo pones si estas despierta? Me levanto y sólo quiero morir, no podré más, más no, pero puedo otro día y otro y otro, idiota, kken, que asco me das, me doy asco a mí misma, no me conozco, me siento asquerosamente sucia, sucia por sus sobes, por sus palabras sexuales llenas de maldad, sucia por haber aprendido a mentir a mi familia, sucia por no saber parar esa situación, sucia por coger mi coche y volver al mismo lugar de tortura, sucia por saludarle con una sonrisa, sucia por todo, quiero salir corriendo de mí misma, quiero mirarme y reconocerme, quiero matarle, quiero morirme."